Haciendo Dios un día
la visita en el cielo acostumbrada,
notó que cierta gente no tenía
una faz suficientemente pura,
y que se hallaba como avergonzada
con esas almas de inefable albura.



"A San Pedro -se dijo- ¿qué le pasa?.
Tal vez su edad, no escasa,
el carácter le habrá debilitado.
Preciso es sermonearle al descuidado
guardián. ¡Que se le llame!". Y al instante
en raudo y limpio vuelo,
un ángel fue y hallólo bien sentado
y con el ojo alerta,
muy tranquilo en el suelo
al lado de la puerta.



"Yo vengo San Pedro a reemplazarlo,
un momento siquiera,
pues el buen Dios lo quiere interrogar''.

Y San Pedro corrió, y con severa
actitud el Señor lo reprendió
diciéndole: "¡No, no!
esto no puede ser, tú estás dejando
entrar gente manchada
a esta mi pura celestial morada."



"Me confundes, buen Dios -respondió Pedro-
pues yo vivo en la puerta siempre en vela
como perenne y listo centinela,
y a pesar de mi edad tan avanzada,
no se me pasa, por descuido, nada.
Créeme, buen Señor, no soy culpable,
pues yo soy en mi puesto inexorable
y ningún muerto ha entrado a esa corte
sin traer el debido pasaporte".



"Cálmate, -dijo Dios. Probablemente
se nos está engañando. Mira abajo,
¿conoces a esa gente?"

"Oh mi buen Dios, te digo francamente:
jamás por mí fue vista,
que no están en mi lista,
que no son en verdad de nuestro bando,
y que indudablemente
aquí se me está haciendo contrabando.
Pero yo te prometo, buen Señor,
coger pronto al traidor;
y de no, con dolor del alma mía ,
te renuncio, Señor, a la portería".



San Pedro echó después con gran cuidado
mil vueltas a las varias cerraduras,
y cuando estuvo bien asegurado
de que no había rendija ni aberturas
por donde penetrar pudiera un alma,
y estando ya la noche un poco entrada,
se sentó en plena calma
a vigilar la celestial portada.



Mas, ¡oh gran maravilla! De repente
y sin saber por dónde, cómo y cuándo,
vio que una intrusa gente
al cielo y de rondón se iba colando.

San Pedro entonces, inmediatamente,
mandó llamar a Dios para que viera
lo que estaba pasando,
y cuando hubo llegado, el buen portero
le hizo señas a Dios que se escondiera
allí, sin hacer ruido, y que tuviera
oído agudo y ojo muy certero.



Y qué cuadro el que vieron, ¡admirable!

Por fuera del recinto habían quedado
muchas almas que Pedro, inexorable,
había en su puerta rechazado
porque no habían traído al paso
el pasaporte íntegro y cumplido.

Y esas almas tan tristes, exhalaban
tan amargos gemidos
y quejas de tan gran melancolía,
que la Virgen María,
de ellas compadecida, y no sufriendo
que en vano así esa gente la implorara,
a los muros del cielo se subía,
y desde allí, creyendo
que por la noche nadie la veía,
uno a uno iba alzando
con intensa alegría,
haciendo así a San Pedro contrabando.



Como San Pedro ya se vio triunfante,
probada su inocencia,
al buen Señor le dijo muy campante:

"¡Al menos le hará Usted una advertencia!"

Mas el buen Dios que había reconocido
en los muros del cielo, allá en la altura,
a su Madre, tan dulce, pura y bella,
le respondió con sin igual dulzura:

"¿Para qué? ¡Tú ya sabes cómo es Ella!"


Eusebio Robledo Correa          
Colombia - (1872-1926)

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Música: Heenay Ma Tov