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En tu carne de Virgen silenciosa
puso Dios el calor de su mirada.
Quedó la primavera consumada
y tu luz inocente se hizo rosa.
Rosa de Dios abierta y generosa
para dar tu hermosura inmaculada.
Cautivaste al Amor. Y en tu morada
quedó encarnada su Palabra hermosa.
Tus pétalos temblaban de alegría
y tu savia de rosa se decía:
"¿Cómo yo, cómo yo, para ser luna?".
Pero Dios, en tu carne prisionero,
dijo gozosamente: "Porque quiero
libar tu rosa y habitar tu cuna".
Y, desde aquel instante, se hizo vuelo
la mansa transparencia de la brisa.
Quedó aroma de rosa en la sonrisa
y aroma de Dios mismo y de su cielo.
Quedó la Plenitud besando el suelo.
Quedó la luz purísima y precisa.
Quedaste Tú, ¡oh Virgen poetisa!,
escribiendo poemas de consuelo.
Todo quedó tan rosa y tan abierta,
que nadie ignora dónde está la puerta
para entrar en la vida trascendente.
Y todo porque un día se hizo estrella
tu corazón de rosa, pura y bella,
dando a luz a la Luz perpetuamente.
Rafael Matesanz Martín
Del libro: En el Hogar de Dios. - Segovia, 1993
Editorial El Paisaje - Aranguren (Vizcaya)
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